Sacar de adentro de las personas es hacer que el potencial que llevamos dentro se convierta en una realidad. ¡Conseguir la mejor versión de uno mismo! Y eso precisamente es lo que significa “educcare” (lat.), sacar de adentro de las personas.
Cuando decíamos en uno de nuestros cursos que de eso se trata, de llegar a ser lo que podemos ser, alguien con mucha ironía nos dijo: “Me vas a decir ahora que las personas somos como una patata, se trata de brotar, ¿no?” ¡Sí!, ¡se trata de brotar y crecer, y florecer, y dar frutos!, y, al final, ¡ser una patata más enriquecida y más grande! Tampoco es tan difícil. Si una patata lo hace, nosotros podemos hacerlo, ¿no? Este punto de humor resalta precisamente la seriedad y certeza del planteamiento.
Es una ley de la vida: la mejora constante, la evolución. Todas las células de nuestro cuerpo están en constante cambio, ¿Y nuestra mente? ¿También está en cambio? Claro que sí. Lo que marca la diferencia no es el cambio tal cual, sino el cambio deliberado, decidido, voluntario y orientado a la mejora, a conseguir la mejor versión de uno mismo.
Y para ello, hay que sacar el potencial que uno lleva dentro, y eso supone aprender a ser y supone aprender a hacer.
La UNESCO en su informe sobre la educación del siglo XXI, plantea “las 4 A del aprendizaje”, como las vías para el desarrollo de la persona:
- Aprender a ser el individuo único que cada uno es
- Aprender a aprender con eficacia
- Aprender a hacer para el trabajo
- Aprender a convivir con los desafíos de tipo social
Aprender a ser el individuo único que cada uno es: ¡cuántas veces en nuestros cursos palpamos la incertidumbre, la duda, el desconocimiento de que puedes ser un individuo único, especial y… magnífico! Iniciamos nuestros talleres de “+Actitud+” y “Logro” preguntando precisamente “¿qué te hace único?”. Y la respuesta, el 90% de las veces, es… “¡no sé!” “yo no soy ni único, ni especial” ¡Increíble!, ¿verdad? ¡Ser una persona adulta y no ser consciente de quién y cómo eres! A lo más, nos responden a través de los comentarios que les dicen los demás.
Con frecuencia se confunde “ser uno mismo y hacer lo que quieres” y dar prioridad a tu ego de forma vanidosa y egoísta. No, no se trata de eso. Se trata de conocerte; en el sentido socrático, de identificarte como ser único, con una combinación de capacidades, de sensibilidades, de experiencias, de aprendizajes, única. Conocer tus predisposiciones, pensamientos y, también, tus emociones; poner nombre a tus valores y darte cuenta de las creencias que están sustentando lo que dices y lo que haces. Se trata de explorar adónde te puede llevar esa combinación única y especial, aceptarla y cuestionarla, recrearla, y emprender el camino. Una persona sola puede hacer este camino por sí misma. Es un aprendizaje ontológico, sobre el ser que somos. Sin embargo, el “aprendizaje mediado” que facilita la formación y el coaching hace que la autoimagen y la autoestima puedan desarrollarse con más intensidad y en menor tiempo. Al final, ser el individuo que cada uno es significa sentirse más capaz para vivir.
Aprender a aprender con eficacia: Aprender a motivarte para conseguir objetivos, para orientarte a logros y ser más capaz de conseguirlos. Añadimos nosotros después de nuestra experiencia como coaches: “aprender a aprender con eficacia y eficiencia”. Conseguir focalizar tu esfuerzo en alcanzar tus objetivos y alcanzarlos con equilibrio entre la dedicación y los resultados, sin caer en la obsesión, ni quedarse en la dejadez. Claro que esto pasa por definir previamente objetivos retadores, alcanzables y medibles, y establecer un plan para conseguirlos.
Aprender a hacer para el trabajo: Imprescindible aprender, y aprender técnicas para hacer nuestro trabajo, que nos permitan ser más eficaces y eficientes. Es un aprendizaje ligado al hacer, a nuestra actividad, más fácil, palpable y operativo. Sin embargo, hay potentes frenos para este aprendizaje. La realidad de nuestro trabajo de formadores nos revela que dejamos de aprender en el trabajo por comodidad y conformismo, y que nos cuesta mucho desaprender para volver a aprender. Y los adultos tenemos que dejar de hacer lo que estamos haciendo para hacer sitio a nuevas formas de hacerlo. Cambiar un hábito por otro, una rutina por otra. Desaprender para aprender. Darse permiso para cambiar y experimentar nuevas formas de hacer las cosas es el auténtico reto al que vemos se enfrentan los participantes en nuestros cursos. Lo fácil es conocer una técnica; lo difícil es decidirse a ponerla en práctica. Y ése es el gran reto en la formación de habilidades, conseguir que las personas se den permiso para ponerlo en práctica.
Aprender a convivir con los desafíos de tipo social: Este aprendizaje es el vinculado al desarrollo de la inteligencia social, que nos permite relacionarnos con los demás. Implica ser capaces de empatizar, comunicarnos y cooperar con los demás. Dicen los especialistas que esta inteligencia es la que ha requerido más consumo de energía y más espacio cerebral en nuestra evolución como especie. Se trata de aprender a comunicarnos, liderar, negociar, trabajar en equipo, superar los conflictos, en definitiva, convivir aceptando y valorando la diversidad y la diferencia como fuentes de enriquecimiento y oportunidades. Este aprendizaje nos ha permitido como especie cooperar y evolucionar en sociedad. Actualmente en las Organizaciones la necesidad mayor es precisamente el desarrollo de este aprendizaje para conseguir un mayor nivel de capacidad en las competencias sociales.
Todos estos aprendizajes son complementarios. Tenemos que aprender una técnica y también la actitud con la que abordamos esa técnica. Juntos nos llevan por los caminos del crecimiento personal, de ser cada vez más capaz, de ese reto supremo de llegar a ser lo que realmente podemos ser: “la mejor versión de nosotros mismos”.
Con frecuencia se confunde “ser uno mismo y hacer lo que quieres” y dar prioridad a tu ego de forma vanidosa y egoísta. No, no se trata de eso. Se trata de conocerte; en el sentido socrático, de identificarte como ser único, con una combinación de capacidades, de sensibilidades, de experiencias, de aprendizajes, única. Conocer tus predisposiciones, pensamientos y, también, tus emociones; poner nombre a tus valores y darte cuenta de las creencias que están sustentando lo que dices y lo que haces. Se trata de explorar adónde te puede llevar esa combinación única y especial, aceptarla y cuestionarla, recrearla, y emprender el camino. Una persona sola puede hacer este camino por sí misma. Es un aprendizaje ontológico, sobre el ser que somos. Sin embargo, el “aprendizaje mediado” que facilita la formación y el coaching hace que la autoimagen y la autoestima puedan desarrollarse con más intensidad y en menor tiempo. Al final, ser el individuo que cada uno es significa sentirse más capaz para vivir.
Aprender a aprender con eficacia: Aprender a motivarte para conseguir objetivos, para orientarte a logros y ser más capaz de conseguirlos. Añadimos nosotros después de nuestra experiencia como coaches: “aprender a aprender con eficacia y eficiencia”. Conseguir focalizar tu esfuerzo en alcanzar tus objetivos y alcanzarlos con equilibrio entre la dedicación y los resultados, sin caer en la obsesión, ni quedarse en la dejadez. Claro que esto pasa por definir previamente objetivos retadores, alcanzables y medibles, y establecer un plan para conseguirlos.
Aprender a hacer para el trabajo: Imprescindible aprender, y aprender técnicas para hacer nuestro trabajo, que nos permitan ser más eficaces y eficientes. Es un aprendizaje ligado al hacer, a nuestra actividad, más fácil, palpable y operativo. Sin embargo, hay potentes frenos para este aprendizaje. La realidad de nuestro trabajo de formadores nos revela que dejamos de aprender en el trabajo por comodidad y conformismo, y que nos cuesta mucho desaprender para volver a aprender. Y los adultos tenemos que dejar de hacer lo que estamos haciendo para hacer sitio a nuevas formas de hacerlo. Cambiar un hábito por otro, una rutina por otra. Desaprender para aprender. Darse permiso para cambiar y experimentar nuevas formas de hacer las cosas es el auténtico reto al que vemos se enfrentan los participantes en nuestros cursos. Lo fácil es conocer una técnica; lo difícil es decidirse a ponerla en práctica. Y ése es el gran reto en la formación de habilidades, conseguir que las personas se den permiso para ponerlo en práctica.
Aprender a convivir con los desafíos de tipo social: Este aprendizaje es el vinculado al desarrollo de la inteligencia social, que nos permite relacionarnos con los demás. Implica ser capaces de empatizar, comunicarnos y cooperar con los demás. Dicen los especialistas que esta inteligencia es la que ha requerido más consumo de energía y más espacio cerebral en nuestra evolución como especie. Se trata de aprender a comunicarnos, liderar, negociar, trabajar en equipo, superar los conflictos, en definitiva, convivir aceptando y valorando la diversidad y la diferencia como fuentes de enriquecimiento y oportunidades. Este aprendizaje nos ha permitido como especie cooperar y evolucionar en sociedad. Actualmente en las Organizaciones la necesidad mayor es precisamente el desarrollo de este aprendizaje para conseguir un mayor nivel de capacidad en las competencias sociales.
Todos estos aprendizajes son complementarios. Tenemos que aprender una técnica y también la actitud con la que abordamos esa técnica. Juntos nos llevan por los caminos del crecimiento personal, de ser cada vez más capaz, de ese reto supremo de llegar a ser lo que realmente podemos ser: “la mejor versión de nosotros mismos”.
Siempre afirmamos que nuestro trabajo de formación es un privilegio. Dedicarnos a facilitar que otros consigan el reto de buscar la mejor versión de sí mismos, da un sentido especial a lo que hacemos, pero también a cómo vivimos. Nuestro gran reto no es sacar de otros, es sacar de nosotros mismos para ser capaces de transmitir el entusiasmo y la energía que otros precisan simplemente para “darse permiso” y ser ellos mismos.
No puede separarse el hacer del ser. La coherencia necesaria para ayudar a otros a ser más capaces sólo puede partir del equilibrio interno que genera el convencimiento absoluto de que lo que hacemos merece la pena ser hecho.