Especializados en acciones formativas singulares y coaching, facilitamos el desarrollo de las competencias necesarias para que una persona se sienta más capaz de alcanzar los objetivos que se propone. Sentirnos capaces hace que nos sintamos con el control de qué hacer en una situación; y eso está en la base del bienestar personal y, como consecuencia, del éxito profesional.

lunes, 16 de febrero de 2009

La felicidad

¡Está de moda la felicidad! El hablar de la felicidad. El buscar la felicidad. El exigir la propia felicidad. Incluso por encima de todo y de todos.

Leemos titulares y artículos sobre cómo ser más felices, sobre cómo conseguir la felicidad. Hay revistas especializadas en hablar de la felicidad. Libros bestsellers que hablan de felicidad. Nos dicen que la inteligencia emocional es la capacidad de ser felices.

La felicidad es el nuevo fetiche a conseguir, la panacea que resuelve todos nuestros problemas.

¿Es la felicidad la nueva obsesión de moda? ¿El nuevo fast-product? ¿Hay versiones light?

José Antonio Marina, el gran filósofo y escritor sobre emociones, en el marco de unas jornadas sobre Inteligencia Emocional la semana pasada, señalaba que “la obsesión por la felicidad se está convirtiendo en un peligro público” “¡Lleva al narcisismo!”

Felicidad… ¿de qué estamos hablando? ¿De un estado emocional de permanente flotar en un limbo difuso y ligero en el que no tienen cabida las contrariedades, las dudas, los enfados y las tensiones? ¿De un estado de estoicismo en el que nada te puede afectar? ¿Realmente uno puede ser feliz siendo ajeno a las tensiones de la vida, resignándose a aceptar lo que pasa y mostrándose imperturbable ante las emociones propias y ajenas? ¿Tenemos que aceptar la felicidad como objetivo prioritario de nuestra vida? Estos mensajes nos están llegando continua y sistemáticamente por publicaciones y medios. Incluso oímos a modo de mantra el “para mi lo importante es mi felicidad”.

Yo creo que una cosa es la felicidad como objetivo y otra la vivencia de sentirse feliz. Una cosa es ir en busca de la felicidad y otra sentirse feliz en el camino.

Decía José Antonio Marina que la felicidad es la armoniosa satisfacción de nuestras 3 grandes necesidades: bienestar, vinculación social y sentir que progresamos.

Y me gusta su planteamiento; ciertamente el bienestar como necesidad de sentirnos seguros, de disfrutar con uno mismo y nuestra vida, es una de las necesidades básicas que definía Maslow en su Pirámide. Ciertamente, si no somos capaces de aceptarnos como personas, difícilmente podremos aceptar nada más. Ciertamente, si no somos capaces de identificar aquello que tiene un especial sabor y color en nuestra propia experiencia y que nos hace sentirnos generosos, expandirnos en nuestra vida, mulliditos y cómodos con nosotros mismos, difícilmente podremos apreciar lo que de bueno hay ahí fuera.

Pero, claro… ¿existe la felicidad como nos la presentan hoy en día, como un estado individual y aislado, como si fuéramos habitantes únicos de un paraíso personal, ajeno al resto del mundo? Yo, al igual que Marina, pienso que no, que de ser así es una felicidad parcial, seccionada en la dimensión que nos da perspectiva, que nos pone en valor, la dimensión social. La felicidad no es una experiencia egoísta, sino todo lo contrario, está vinculada a otra de las grandes necesidades, la de aceptación social, que también definió Maslow, la convivencia, la aceptación de los demás, la relación con otros, tanto en tu entorno privado como en el profesional. La necesidad de vincularnos con otros puede hacernos perder fácilmente el bienestar, porque en el juego dialéctico entre el yo y los otros siempre hay encontronazos, malentendidos y pérdidas.

Y por último, sentir que progresamos; necesidad de sentir que somos capaces, que lo que hacemos merece la pena, de sentir la finalidad de nuestra vida, la necesidad de autorrealización de Maslow (imprescindible el film Jack, con Robin Williams, para darse cuenta de cómo dar sentido a tu vida)

¿Es la felicidad realmente el estado supremo que da respuesta a la Pirámide en su conjunto? ¿Es realmente a lo que aspiramos como seres humanos?

Yo no sé si la felicidad es un estado ideal al que debemos aspirar, lo que sí sé es que sentirse feliz es una sensación especial que da equilibrio, perspectiva y energía. Sentirse feliz es sentirse alegre, tener esperanza, tener ganas.

Y lo que más me gusta de mi trabajo como Coach es precisamente ver como mis “coachees” progresan en identificar estas tres necesidades que dice Marina, y cómo progresan en encontrar cómo satisfacerlas.

Poco a poco y a lo largo de las sesiones exploran el habitáculo de su bienestar, e identifican cuán grande o pequeño es, lo confortable o incómodo, lo adecuado o inadecuado de sus dimensiones y de sus condiciones para la vida que quieren vivir. Poco a poco van desbrozando sus relaciones con los demás y encontrando cuál es el modo que quieren que tenga esas relaciones. Sin egoísmos, sin narcisismos, con un equilibrado sentido del yo y los demás. Poco a poco reconocen el valor que quieren dar a su vida y renuevan un compromiso consigo mismos para sentirse capaces.

¿Han alcanzado la felicidad después de un proceso de Coaching? No lo sé. Es más, lo dudo. Es más, espero que no. Lo que si sé es que se sienten más felices, con más perspectiva para afrontar su vida, más energía, más esperanza y más ganas.

¿Es el Coaching la manera más eficiente de satisfacer nuestra pirámide de necesidades particular y llegar a la autorrealización personal?

No lo sé. Tal vez. A lo mejor sí.

Lo que sí tengo claro es que las personas agradecemos intensamente las posibilidades de aprendizaje y desarrollo personal. Florecemos aprendiendo y sintiéndonos capaces. ¿Acaso no es ésta precisamente la esencia del ser humano?




Isabel Aranda

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