Hoy he sentido unas ganas enormes de escribir. Y no es lo habitual en mí, pues la gran “escribidora” de posts (como dicen aún mis hijas), es mi compañera de viaje: Isabel, “articulista-desarrolladora de contenidos y ahora conferenciante”, como a mí me gusta llamarle.
En las últimas dos semanas he vuelto, o así lo siento, a retomar el hilo de la formación por y para el Coaching: que si el concepto de Humanismo (conferencia de David López), que si la Biodanza (taller con Laura Serrano), ambos gracias a la ICF; que si Rafael Echevarría y Alicia Pizarro y su concepto de Coaching Ontológico (¡gracias Civsem!), que si el regalo de Adela Jiménez Madrid en DBM o Developmental Behavioural Modelling (¡qué gran honor!), que si la reunión de “Experiencias de Coaching” hoy en Civsem (¡y que vaya mi agradecimiento para ellos otra vez!)… Y después de tantas horas, tantos momentos compartidos con otros coaches, otros compañeros de profesión; después de tanto enriquecernos, me gustaría hacer una reflexión aquí, en voz alta, si me permitís.
Incesantemente tengo la sensación de que se busca sobre todo técnicas: técnicas para explorar el problema que trae el coachee, técnicas para cambiar su emoción, técnicas para llevarle a un compromiso, o a veces únicamente para que defina su plan de acción final. ¡Un recetario!
Y sabiamente, a mi entender, decían Echevarría y Pizarro que el éxito de una sesión, de un proceso de Coaching, no había de medirse tanto en cuanto al número o tipo de herramientas o técnicas que se utilizaban, sino más bien por los resultados alcanzados. Igualmente, resaltaban la singularidad de esta profesión por no poder contar con “recetas” previas y válidas para todo el mundo, por la necesidad de aceptar, de verdad, que cada coachee es único. Y cada sesión. Cada encuentro.
Foto: Juan Riera
Y es aquí donde me gustaría pararme, un momento. Que nos parásemos todos los que navegamos juntos en este mar y nos adentráramos en las aguas, preguntándonos a nosotros mismos… ¿por qué (o para qué) pasar por alto precisamente eso, la MAGIA DEL ENCUENTRO?
A mi entender y según mi experiencia, eso es lo que hace realmente única esta profesión: el encuentro. El encuentro y la magia que en él se produce: una amalgama de palabras, emociones, movimientos,… y que fuera de la aplicación de cualquier técnica, es sobre todo eso: un ENCUENTRO. Una oportunidad entre dos seres para enriquecerse (¡porque no neguemos todo lo que los coachees nos aportan!...), una situación única, irrepetible, imprevisible, que bajo nuestro punto de vista carece de un manual de normas, que exige una entrega absoluta por parte del coach, una confianza y un “amor incondicional” hacia el coachee, que es lo que hace precisamente que éste encuentre sus respuestas, crezca, se desarrolle y alcance sus objetivos. ¡Y ésta es la magia!
¿Qué debe hacer un coach para esto? Fluir, creer en esa magia, en esa capacidad de crear nuevas realidades, dejarse guiar por lo que el coachee le sugiere, estar para él, ser humilde y… ¡tener valor! Y valor como las “3 virtudes que debe tener un torero” (como dice Isabel… “vista, valor y huevos”), para entregarnos al otro, entregarles nuestra interpretación de lo que nos da en cada sesión, y valor para equivocarnos… ¡Sí! para equivocarnos. Porque nuestra interpretación debe tener un “valor” añadido, y no ser mero “parafraseo”, como decía Echevarría… Mas sin olvidarnos que efectivamente no deja de ser una interpretación; que puede ser válida o no para el coachee (él o ella dirá), pero que no debemos guardarnos por miedo, por lo que consideramos inútiles condicionantes o restricciones que nos tratan de imponer en algunos contextos, o porque temamos equivocarnos.
¡Ya está bien de querernos amparar en esas técnicas, en esas herramientas que es difícil encontrar, que nadie puede dar…! Se nos está olvidando lo más importante: dejarnos fluir, estar para el otro y CREER EN LA MAGIA DEL ENCUENTRO.
En esto creemos que pasa algo así como con los hijos... O, ¿a alguien le vienen sus coachees con “manual de instrucciones”?
Jane Rodríguez del Tronco
Coach ACC
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